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LA DERROTA

  • Art & Music
  • 12 jun 2019
  • 5 Min. de lectura

Estaba sola, sentada en una silla, sin nada, sin nadie. Una barrera de madera me rodeaba. Tenía una persona al lado, el juez. Era un hombre muy intimidador y misterioso. De repente empiezo a ver una figura humana acercándose, el abogado de mi marido.

- Si mi cliente la ha maltratado desde hace mucho tiempo ¿por qué no denunció anteriormente?

Su abogado era muy listo, sabía cómo hacerme daño e incluso era capaz de hacerme creer que yo era la culpable.

- Tenía miedo…

Hace un año…

Estaba en una cafetería con Raúl que hacía mucho tiempo que no lo veía.

- ¿Por qué no denuncias a tú marido? ¿No ves que te está haciendo daño?

- No, no me hace daño, lo único que quiere es que esté siempre con él y que vea que sin él no soy nadie, y es verdad. Cuando estoy sin él necesito a alguien que me mande hacer cosas, por mi propia iniciativa no lo sé hacer. A parte de eso, tengo terror de que al dejarlo, me quede sola.

Estaba desesperada, me estaba derrumbando por dentro. Miré a un lado y al otro, me encontré con la mirada de mi abogado, él me miró e hizo un gesto de afirmación, para decirme que continuará. En ese momento me empecé a tranquilizar, hasta que su abogado volvió a preguntar.

- ¿De qué tenía miedo?

- De que, al separarme, me encuentre sola, desprotegida; sería como una rosa que, sin cuidados, se marchitaría.

Miré al juez y sentí desesperación, angustia, terror. ¿En qué estaría pensando? Luego miré a mi marido y vi que tenía ojos de venganza, de furia, de rencor. Me empecé a inquietar, no quería volver a recordar aquellos momentos; de tristeza, de angustia de soledad, aquellos en los que no podía ver un rayo de esperanza; en los que solo veía oscuridad, soledad.

- Según usted, le ha pegado, dígame cuántas veces le ha causado tal daño.

¿Qué pregunta es esa? Es muy absurda. No llevaba la cuenta de las veces que me había pegado. Pero fueron muchas.

- No sé cuántas veces me ha pegado mi marido, pero de lo que sí que me acuerdo es de las escenas más dolorosas, esas que te marcan tu exterior y perviven lo más profundo de tu interior.

- ¿Puede describir alguna?

- Lo puedo intentar (entre sollozos) Recuerdo un 24 de noviembre… creo que… de 2002. Era una noche oscura y hacía pocos días que nos habíamos casado. Había quedado con unas amigas por la noche y había llegado tarde a casa. Mi marido me estaba esperando detrás de la puerta y me...

Empecé a llorar no podía pronunciar ninguna palabra más.

- Por favor continúe, porque en el fondo no está llorando, está fingiendo. En realidad, está actuando para sacarle hasta el último euro a mi cliente.

Me levanté de la silla rápidamente y grité:

-¡NO!

- ¡No pueden tratar así a mi clienta!- Dijo mi abogado en un tono muy enfadado.

- ¡Siéntese Señor Raúl! – Gritó el juez

Mire a Raúl, su mirada de preocupación me hizo pensar de que algo estaba mal. Me tranquilicé por el bien de ambos. Cogí aire y continué con mi historia:

-Mi marido me estaba esperando detrás de la puerta y me cogió del pelo y me arrastró a la cocina. Allí cogió unas tijeras y me empezó a cortar el pelo. – Hice una breve pausa para tranquilizarme. Recordar aquel momento me angustiaba. – Luego me tiró al suelo, como si fuera un paño viejo y me dijo:” No vuelvas a llegar tarde a casa o si no te mataré” y me pegó un puñetazo en la cara. Rápidamente fui al baño a lavarme la sangre que me caía lentamente por la frente hasta llegar a mis labios cortados. De la nariz salían dos lágrimas de color carmín. Mi ojo estaba destrozado, desgarrado, pero no más que mi corazón. Al mirarme al espejo vi a una mujer desilusionada, sin ganas de vivir, destrozada, con temor; esa mujer no era yo. Al llegar a la habitación me cogió por la cintura y me empezó a besar el cuello. Yo le dije que no me apetecía, que no lo hiciera.-Las lágrimas me empezaron a recorrer mis mejillas sonrojadas por la vergüenza. En esos momentos no podía más, me sentía desganada, derrotada, desprotegida, pero continué para que todo esto pasara de una vez. – Me empezó a subir la camisa, yo no quería. Me defendí como pude, pero…pero fue en vano.

El juez me miró, su mirada era inquietante, sentía que desconfiaba de mí, en sus ojos no se podía encontrar empatía, consuelo; si no que se encontraba espanto, estupor, indiferencia. Me siguieron haciendo preguntas, pero ya eran más leves. Cuando salí del estrado, mi abogado se acercó y me dio un abrazo. Me sentía por un lado aliviada, porque después de lo que he contado espero que el juez se ponga a nuestro favor y por el otro me siento avergonzada, angustiada, por lo dicho anteriormente, e incluso me siento culpable de todo lo que he pasado en mi duro matrimonio, porque la culpa es mía, por haberle dejado que me insultara, me pegara y se podría que decir que incluso me violará. Pero el miedo no me dejó abandonar esa casa, no me dejó enfrentarme a él, no me dejo vivir.

Al acabar mí sexto juicio el juez dijo:

-Se admite fallo absolutorio a favor del Señor Lucifer García González, hago de su conocimiento que usted es inocente de los cargos que fueron sustentados por parte del fiscal.

-No puede ser. ¿Cómo pudo salir impune de los cargos? – Le pregunté a mi abogado.

- No lo sé no encuentro ninguna explicación para lo que ha sucedido.

Empezaron a brotar lágrima en mi rostro, no podía afrontar está derrota. Me sentía impotente, odio, indignación. Este hombre ha salido libre. Después de dieciséis años, todo lo que me ha hecho pasar, después de lo que me ha hecho sufrir, no va a pagar por ello.

Dos años después…

- Gracias Raúl, por todo lo que has hecho por mí. Denunciaste a mi marido, hiciste que me volviera a encontrar con mi familia, me ayudaste a divorciarme y ahora me acoges en tu casa. Te estoy muy agradecida. No sé cómo voy a pagarte todo lo que estás haciendo por mí.

- Pero incluso así tienes muchos temores, pesadillas, terrores. En eso yo solo te puedo ayudar, pero esas heridas solo las puedes cicatrizar tú. Todo esto me lo puedes pagar poniéndote bien y volver a ser aquella mujer que conocí hace años.

Él tenía razón. Tenía miedo de andar sola por la calle y que me volviera a encontrar a aquel demonio. Tenía miedo de despertarme por la mañana y verlo en mi cama ebrio. Eso significaba que cuando se levantará me iba a romper en mil pedazos. Sobre todo me sentía angustiada porque él sería capaz de matar a todos mis seres queridos, porque me acuerdo perfectamente de su mirada; una mirada de resentimiento, ira, asco, destrucción. Creo que nunca me voy a quitar este terror que tengo dentro, porque por culpa de un juez, que fue comprado, un violador y un maltratador siga libre.

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